Constante
"Y restos de lágrimas en las mejillas", anota mecánicamente, sin prestar atención a lo absurdo del hecho. Un instante después, la mujer contempla cómo dos gruesas gotas surgen de las cuencas vacías. Aterrada, abandona el pincel con el que lo limpiaba de restos de tierra y raicillas y recoloca el cráneo en su lugar. Un temblor estremece el conjunto de huesos. Cuando la paleontóloga, atribuyendo la visión al cansancio, abandona el laboratorio, la falange carcomida de un índice restaña el llanto del pómulo de su compañera y los amantes, estrechando su abrazo de siglos, vuelven a descansar en paz.
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